Las últimas horas han dejado la práctica confirmación de la salida rusa de Siria, en lo que supone un cambio drástico en el tablero de juego global, al limitar las posibilidades rusas de operar en aguas cálidas. Al mismo tiempo, se ha producido la esperada reunión entre Macron, Zelenski y Trump, con declaraciones de este último en relación con la predisposición ucraniana a negociar. Los Estados Unidos, por su parte, han anunciado un nuevo paquete de ayuda militar a Ucrania por valor de casi 1.000 millones de dólares y centrado casi exclusivamente en la munición. Todo ello mientras sobre el terreno continúan produciéndose avances rusos en Toretsk o hacia Pokrovsk.
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Finalmente, tal como ya ayer parecía evidente que podía ocurrir, se ha consumado la caída de Assad, quedando Siria bajo el control (todavía por consolidarse) de un nuevo Gobierno encabezado por Al-Jolani, líder de HTS. A la espera de cómo evolucione la situación en dicho país y de los efectos que este terremoto político tenga sobre el «Eje de la resistencia» y sobre otros actores regionales, lo más interesante a efectos de lo que aquí importa es que Rusia ha perdido a un socio clave, teniendo además que evacuar (al menos temporalmente, pues seguramente terminen negociando con Al-Jolani) sus bases militares en Latakia: un retroceso estratégico que, salvo que encuentren soluciones paliativas, será de primera magnitud y podría no terminar en Siria.
Rusia, como sabemos, desde que pasó de ducado a reino y de ahí a imperio, ha tenido siempre la ambición de alcanzar las aguas cálidas del Mediterráneo y el Índico, viéndose en todo momento constreñida por una geografía que le ha supuesto un enorme hándicap. De esta forma, aunque le fue relativamente sencillo (y aun así necesitó por ejemplo de una victoria en la Gran Guerra del Norte) llegar al Báltico, al Mar Blanco o incluso al Pacífico, hacer lo mismo en el Mar Negro fue una tarea mucho más complicada, que no se consumó hasta tiempos de Catalina la Grande y el Príncipe de Potemkin (se hicieron con Crimea una década después de llegar al Pacífico).
De hecho, durante todo el siglo XIX, especialmente mientras duró el «Gran Juego», el Imperio Ruso trató no sólo de influir en Europa y avanzar por el Mar Negro hasta los Estrechos turcos, sino de hacer lo mismo en Asia Central, con la intención de llegar en algún momento al Índico. Algo lógico, toda vez que comerciar desde los mares Báltico y Blanco era una tarea ardua, necesitaba de rodeos o de pasar por zonas controladas por los ingleses y, en cualquier caso, durante varios meses al año se hacía imposible por el adverso clima.
En tiempos de la Unión Soviética (aunque el Imperio ruso llegó a tener una extensión mayor), Rusia solventó varios de estos problemas a través de regímenes afines, abriendo bases navales en diversas partes del orbe o negociando acceso a puertos cálidos, desde el Caribe al Mediterráneo, el Índico o, por supuesto, el Mediterráneo. Además, por ejemplo en el Báltico, hay que tener en cuenta que controlaba la costa sur de dicho mar hasta Alemania oriental; situación que cambió drásticamente con la disolución de la Unión Soviética, en lo que en su día el propio Putin denominase como «la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX».
Desde entonces, buena parte de la acción exterior rusa viene determinada por la necesidad de retornar a aguas cálidas, bien sea manteniendo capacidades en el Báltico, bien afianzándose en el Mar Negro (recordemos el control sobre las provincias norteñas de Georgia tras 2008) o bien intentando negociar la apertura de bases por ejemplo en Sudán. De hecho, la intervención en Siria o la toma de Crimea, al igual que la propia guerra de Ucrania o el apoyo a Argelia y otras tantas decisiones tomadas por el Kremlin en los últimos lustros tienen un marcado componente geopolítico y se explican por esta necesidad.
Del mismo modo, otras decisiones como abrir nuevas bases en el propio Mar Negro o en el mar Caspio o ampliar algunas existentes, tienen que ver con la necesidad de ganar profundidad estratégica en un contexto en el que la OTAN podría atacar sin apenas oposición las bases más adelantadas. Es más, como explicamos en su día, ya antes de iniciada la invasión a gran escala de Ucrania, si esta llegaba a producirse sería, en buena medida porque desde Moscú entendían que necesitaban esa profundidad estratégica de la que hablamos. Es decir, poner kilómetros entre las zonas más sensibles de Rusia y sus rivales.
Dicho esto, si con el colapso soviético las posibilidades rusas de operar en aguas cálidas disminuyeron en gran medida, a pesar de todo el empeño puesto por afianzarse en Tartus o reforzar Kaliningrado con una densa red A2/AD, nada ha podido evitar que una vez iniciada la invasión de Ucrania el Báltico haya terminado convertido en un «lago» de la OTAN tras la entrada de Suecia y Finlandia en la Alianza; tampoco que finalmente la incapacidad para sostener a sus proxies en el exterior, como en este caso el régimen de Assad haya culminado con la expulsión (al menos temporal) de la flota rusa de Tartus.
Esto supone (y habrá que ver qué ocurre con las unidades que han salido apresuradamente de allí, dada la teórica imposibilidad de cruzar el Bósforo, la distancia a la que se sitúan el resto de bases rusas y lo habitual de las averías), que Rusia ya no puede prestar apoyo a sus unidades navales encuadradas dentro de la escuadra mediterránea y que, de hecho, tampoco podrá hacer lo propio con los buques desplegados en el Índico, quedando en una situación muy comprometida si de lo que se trata es de ser una potencia mundial, como el Kremlin pretende.
Es cierto que Rusia puede negociar con el nuevo gobierno sirio, pero también que este pretende aceptación internacional, especialmente por parte de los países árabes y Occidente, lo que dificultará llegar a acuerdos (amén de que están radicalmente opuestos a Irán y el «Eje de la resistencia). Otra opción para Rusia podría pasar por negociar con países como Egipto, Libia (teniendo en cuenta su situación) o Argelia. Sin embargo, incluso en el mejor de los casos reeditar lo que Rusia tenía en Tartus en otra latitud implicaría una enorme inversión y años, con lo que temporalmente las operaciones rusas en el Mediterráneo, el Mar Rojo y el Índico quedarán comprometidas.
Lo que es peor para Rusia, el ejemplo sirio podría extenderse a otras localizaciones, pues a medida que se ven como decíamos ayer las costuras del poder de este país, es tanto más probable que muchos grupos encuentren incentivos para dar un vuelco a la situación política en países como Georgia o incluso Bielorrusia. De ahí que el Kremlin, previsiblemente, se centre en aquello que considera vital y que, muy seguramente, esté más dispuesto a utilizar la fuerza y la escalada para mantener a toda costa el control de dichas áreas.
Como hemos explicado en alguna ocasión, la guerra de Ucrania son muchas guerras en una: 1) una guerra inicial por la supervivencia de Ucrania como ente político independiente que Rusia perdió; 2) una guerra por controlar el este y el sur del país, mucho menos móvil y más demandante en recursos humanos que Rusia ha ido progresivamente ganando; 3) un conflicto que trasciende las fronteras de Ucrania y que se está mostrando catastrófico para Rusia en tanto es cada vez más dependiente de China, ha perdido el Báltico y todo indica que se verá expulsada de Siria.
Si finalmente hay un acuerdo de paz, como Trump se ha mostrado una vez decidido a querer buscar, y a pesar de que pueda parecer lo contrario, los incentivos rusos para negociar son ahora muchos menos que hace unos meses, pues aunque está logrando avances en Ucrania, la situación general y la relación de poder con sus rivales occidentales nos habla de la posibilidad de que un congelamiento en Ucrania favorezca mucho más a este país y a sus aliados que no a Rusia. Y es que aunque desde Kiev siempre digan que es al revés, y que Rusia aprovechará cualquier pausa para reconstituir fuerzas (lo que es cierto), suelen olvidar que del lado contrario una pausa permitirá reconstruir la economía y las Fuerzas Armadas ucranianas con material moderno y ganar tiempo a la espera de que haya una oportunidad de recuperar el territorio perdido o de causar problemas a Rusia (por ejemplo nuevos «maidanes») en países como Bielorrusia o Georgia. De ahí que Rusia insista en que se reconozcan las realidades sobre el terreno y en incluir otros aspectos en las negociaciones más relacionados con la arquitectura de seguridad. Si esto no se consigue en un grado aceptable (lo que no implica una victoria rusa), tendremos un continente más inestable y una Rusia más paranoica y dispuesta a la escalada, así como a escuchar a parte de su élite intelectual, muy dispuesta a recuperar la estabilidad estratégica «por las bravas».
Como quiera que en territorio ucraniano también están sucediendo cosas, pues la guerra continúa, pasamos a analizar las novedades. Comenzamos con las decenas de drones de largo alcance que una vez más Rusia ha lanzado sobre este país. Concretamente hasta 52 según las autoridades ucranianas, que hablan de 28 derribados por las defensas antiaéreas y 18 más desviados de su rumbo. Dicho lo cual, se han escuchado explosiones sobre Kremenchuk o sobre Dnipró entre otros.
Del lado ruso, se han escuchado explosiones en Taganrog, en la región de Rostov. También en la región de Kursk. En cuanto a los datos oficiales del Ministerio de Defensa ruso, seguimos sin poder acceder. Sin embargo, a través de terceros podemos saber que han anunciado el supuesto derribo de 46 drones ucranianos durante la noche en las regiones fronterizas y del sur de Rusia.
En lo concerniente a los combates y los movimientos, comenzamos por el sector de Kursk, desde donde continúan trascendiendo datos sobre las pérdidas rusas en los últimos tiempos. Precisamente allí, aunque los ataques rusos continúan produciéndose a diario en buena parte del sector y aunque habrían completado la toma de Plekhovo, los ucranianos habrían conseguido avances en la parte más septentrional, esto es, en el área de Novaya Sorochina.
En el sector de Siversk, por su parte, se han registrado progresos rusos al sur del saliente de Pischanne, hacia Kopanki y, también, hacia Zelenyi Hay.
En el sector de Toretsk las noticias son también negativas para las AFU, pues el Ejército ruso ha vuelto a avanzar en la zona de Zabalka, controlando buena parte del área minera.
La actividad más intensa, dicho esto, se ha concentrado una jornada más en Pokrovsk-Kurajove y en Velika Novosilka. Así, en dirección a la primera de estas ciudades, se hace cada día más evidente que la intención rusa es llegar a Pokrovsk desde el sur, logrando entrar en localidades como Vidrodzhennia.
En cuando al sector de Velika-Novosilka, por una parte tenemos avances rusos en dirección al Mokri Yali desde Rivnopil, acercándose a Makarivka y Storozheve. Además, han continuado intentando entrar en Velika Novosilka al asalto, por ahora sin éxito.
Antes de pasar al apartado internacional, cabe decir que Zelenski, buscando rebatir las especulaciones respecto a las bajas ucranianas de los últimos tiempos, ha dado al fin cifras de pérdidas oficiales y limitando el número de soldados ucranianos fallecidos a 43.000; una cifra bastante más baja de las manejadas por otras fuentes (recordemos que medios estadounidenses hablaban del doble) y que, por supuesto, es muy difícil aceptar o rebatir a falta de más datos.
Contexto internacional, diplomacia y sanciones
La actualidad internacional, dejando al margen Siria (y mientras desde Ucrania, Estados Unidos, Francia, o la propia Unión Europea celebran la caída del dictador), se ha reducido considerablemente como ocurre cada fin de semana. A pesar de ello, en esta ocasión nos lleva directamente a París, en donde finalmente sí se ha producido el encuentro entre Zelenski, Trump y Macron, tras el cual el futuro presidente estadounidense ha dejado algunos mensajes interesantes, al igual que el propio Zelenski.
Así, Trump, ha dicho que Ucrania «probablemente» debería esperar recibir menos ayuda militar en el futuro. Lo más importante, sin embargo, es que ha dicho que Zelenski estaría dispuesto a negociar, añadiendo que «Debería haber un alto el fuego inmediato y deberían comenzar las negociaciones. Se han perdido demasiadas vidas en vano, se han destruido demasiadas familias y, si esto continúa, podría convertirse en algo más grande y mucho peor» y, también, invitando a China a jugar un papel de intermediario. Desde Rusia, por cierto, los medios han hecho referencia a las palabras de Trump, aunque obviamente arrimando el ascua a su sardina. Además de esto, hizo algunas declaraciones a propósito de las pérdidas ucranianas y rusas que no han gustado ni en el propio Kremlin.
En el caso del ucraniano, además de explicar los datos relativos a las bajas, Zelenski volvió a hablar de la necesidad de una «paz a través de la fuerza». Entre otras cosas, dijo: «Hemos tratado cuestiones importantes en el campo de batalla y en la situación mundial, desde nuestras líneas de frente hasta Corea del Norte. Afirmé que necesitamos una paz justa y duradera, una paz que los rusos no puedan destruir en unos pocos años, como han hecho repetidamente en el pasado. Esto es evidente no sólo para nuestro país y nuestra región».
Zelenski, además de verse con Trump y con Macron, se vio también con la presidenta de Georgia, Salome Zourabichvili, subrayando ante esta la necesidad de «respetar la voluntad del pueblo georgiano y evitar que el gobierno de Ivanishvili entregue el país a Putin es esencial para la estabilidad y el futuro de la región» y haciendo referencia a varios temas que hemos tocado en la primera parte del informe.
Más allá de esto, desde los Estados Unidos se ha anunciado un nuevo paquete de ayuda militar a Ucrania, en esta ocasión valorado en 988 millones de dólares y que se suma a los 725 concedidos recientemente. Es más, se trata de un paquete centrado casi en exclusiva en la munición, tanto para artillería como para HIMARS, acompañada además de drones.
De esta forma, la Administración saliente parece estar cumpliendo con su promesa de agotar los fondos disponibles antes de la llegada de Trump a la Casa Blanca; un Trump que como ya hemos visto ha dejado caer que Ucrania debe esperar una reducción en la ayuda desde que asuma el cargo.
En otro orden de cosas, el ministro de Exteriores ucraniano, Andrii Sybiha, ha vuelto a pedir la entrada de Ucrania en la OTAN y en los Estados Unidos, asegurando que la seguridad euroatlántica y la seguridad de la propia Ucrania son indivisibles.
Además de esto, desde el Ministerio de Exteriores ucraniano se han referido a la reciente decisión por parte de la justicia rumana de anular la primera vuelta de las elecciones debido a las supuestas injerencias rusas, afirmando que: «La audaz intromisión de Rusia en los asuntos internos de Rumania es un intento de privar al pueblo rumano de su derecho constitucional a la libre expresión de su voluntad. Se trata de otro episodio de la agresión híbrida más amplia de Rusia contra Europa y el mundo libre, que ya se ha puesto de manifiesto recientemente en sus obsesivos esfuerzos por desestabilizar la situación en Georgia, la República de Moldavia y otros países».
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