La guerra de Ucrania continúa su sangriento devenir mientras este país solicita a sus aliados que aceleren los envíos de sistemas antiaéreos Patriot y de cazabombarderos F-16, a la vez que busca los recursos humanos necesarios para continuar presentando batalla. Mientras en el frente Rusia se mantiene al ataque y prosigue con los lanzamientos de drones y misiles, Ucrania acelera la construcción de defensas y busca la forma de infligir el mayor daño posible a la economía de su enemigo. Una economía que, a pesar de las sanciones, por el momento está demostrando, sostenida por la producción bélica, una resistencia extraordinaria.
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El 23 de febrero de 2022, apenas 48 horas después del reconocimiento por parte de Rusia de las zonas no controladas por el gobierno de las provincias de Donetsk y Luhansk y el envío de tropas rusas a la región, en Bruselas se adoptó el primer paquete de sanciones de la Unión Europea para tratar de responder así a una situación creada, en buena medida, como consecuencia de la inacción anterior de los Veintisiete, que nunca se plantaron ante las violaciones por parte de Rusia de la soberanía ucraniana.
Este primer paquete no era, ni mucho menos, una novedad. Solo la respuesta a una escalada en la situación. De hecho, no debe obviarse el hecho de que la Unión Europea había ido imponiendo nuevas sanciones –y también prorrogando las anteriores– de forma progresiva desde que en 2014 Rusia diese inicio a la guerra del Donbás e invadiese la península de Crimea. Medidas que abarcaban un amplio espectro, desde las diplomáticas a las restricciones a la cooperación económica pasando por las que afectaban a individuos concretos (inmovilización de bienes y restricciones de viaje) o al comercio con distintas regiones, como la propia Crimea.
Es más, el 13 de enero de 2022, cuando faltaba poco más de un mes para que Rusia iniciase la invasión, todas estas sanciones se renovaron por seis meses más. Así las cosas, Rusa veía cómo los Estados miembros limitaban el acceso a los mercados de capital primario y secundario de la UE a determinados bancos y empresas rusos, cómo se imponían prohibiciones de exportación, importación o transferencia, directas o indirectas, de todo material relacionado con la defensa así como la prohibición de productos de doble uso para uso militar o usuarios finales militares en Rusia, se cortaba el acceso a tecnologías sensibles relacionadas con el sector energético, etc.
Una vez iniciada la invasión, que demasiados en las capitales europeas habían creído imposible, asistimos a una ola de declaraciones y a intensas negociaciones seguidas de los primeros paquetes de sanciones. De hecho, el mismo 24 de febrero el Consejo Europeo como resultado de una reunión extraordinaria exigió a Rusia: 1) el cese inmediato de sus acciones militares; 2) la retirada incondicional todas las fuerzas y equipos militares de Ucrania; 3) el pleno respeto de la integridad territorial, la soberanía y la independencia de Ucrania; 4) el respeto del Derecho Internacional y; 5) que detuviese su campaña de desinformación y sus ciberataques. Además, impuso un nuevo paquete de sanciones al que siguieron varios más en los primeros meses de guerra.
En total, han sido ya trece los paquetes de sanciones aprobados por los Estados miembros de la UE. Además, no han sido los únicos, aunque por cercanía nos toque poner el acento en ellos. Los Estados Unidos, el Reino Unido, Canadá, Japón, Australia y otros tantos países han hecho lo propio, con la esperanza de llevar a Rusia si no al colapso económico, sí a una situación insostenible o, al menos, de imponer una serie de costes que unidos a las pérdidas en el campo de batalla, forzase un cambio de opinión. Con el paso del tiempo, además de las sanciones, se han introducido mecanismos de refuerzo de las mismas, buscando eliminar cualquier vacío legal que permitiese a Rusia desde mantener sus exportaciones (ayer hablamos una vez más de la famosa «flota fantasma») a hacerse con componentes tecnológicos como los que le permiten fabricar armamento inteligente.
A pesar de todos los esfuerzos y de que cada vez es más complicado para Rusia acceder a los mercados internacionales -tanto para exportar como para importar o financiarse-, la sensación general es la de que buena parte de las medidas adoptadas han sido y siguen siendo ineficaces, demostrando la economía rusa una resistencia superlativa. Hasta el punto de que, una vez más, el Fondo Monetario Internacional se ha visto obligado a revisar al alza las perspectivas de crecimiento de la economía rusa, que está creciendo con fuerza en lugar de desplomarse como muchos daban por hecho que sucedería y siguen sosteniendo que ocurrirá.
El problema, llegados a este punto, no está tanto en entender por qué el Producto Interior Bruto ruso sigue creciendo, sino si: 1) este crecimiento es sostenible en el tiempo y hasta cuándo; 2) se trata de un crecimiento artificial, forzado por la producción bélica y que no revierte en el bienestar de la sociedad; 3) la sociedad rusa está o no dispuesta a soportar mayores carencias -en caso de que estas se estén produciendo- estando como está aparentemente a favor de la guerra; 4) a largo plazo la situación terminará por minar la posición internacional de Rusia, en tanto la autarquía y la incapacidad de seguir el ritmo tecnológico acabarán por retrasar al país frente a sus competidores.
Lo cierto, es que por el momento no hay una respuesta clara a ninguna de las preguntas. En el primer caso, son muchos quienes creen que la economía rusa, a pesar de las cifras, se debilitará en 2024 (aunque es lo mismo que se decía en 2022 y 2023). El debate aquí no es tanto si se debilitará o no, sino cuando, por el impacto que esto tiene en la guerra, claro está. Dicho esto, el Gobierno ruso gastó alrededor de 353.800 millones de dólares (32,4 billones de rublos) en 2023, frente a poco más de 31 billones de rublos en 2022. Cifras en ambos casos que superan con creces los niveles de gasto anteriores a la guerra. Por situarnos, el presupuesto federal fue de sólo 270.000 millones de dólares (24,8 billones de rublos) en 2021, con lo que no es de extrañar que semejante inyección de dinero público esté provocando crecimiento. Precisamente, lo que muchos afirman es que Rusia no podrá sostener semejante ritmo de gasto público durante demasiado tiempo, máxime cuando está enfocado a la producción bélica y no a otros campos, como el cubrir las necesidades sociales. Sin embargo, el aumento en la actividad económica genera también nuevos ingresos fiscales y tampoco hay que olvidar que el argumento que se da para los Estados occidentales a la hora de defender un aumento en el gasto en defensa -asegurando que no es una elección entre «cañones y mantequilla»– también aplica a Rusia.
En este sentido, y en respuesta a la segunda cuestión, sí, Rusia ha dejado de producir vehículos civiles, por ejemplo, cerrándose fábricas de capital extranjero (algunas de las cuales se han reabierto o están en proceso). Sin embargo ha pasado a producir otros productos con un elevado componente tecnológico como misiles, bombas planeadoras o más buques de guerra entre muchos otros, todo lo cual suple con creces lo perdido. Es decir, que ese «crecimiento artificial» de la economía, que no deja de ser una política keynesiana de libro, podría tener efectos positivos y duraderos para la misma, incrementando los salarios, estimulando la fabricación de aquellos componentes que todavía no se fabrican en el país, forzando la formación de personal cualificado para sostener la producción, etc. Eso sí, no hay que olvidar que el crecimiento que su economía experimenta no deja de ser muy inferior al que podría haber tenido de no haber entrado en guerra, algo que tampoco suele decirse.
En el caso del apoyo de la población y su disposición a asumir sacrificios, es muy complicado que esto cambie. El ciudadano ruso está acostumbrado a vivir con lo mínimo, por lo que es poco previsible que una disminución en sus rentas reales -suponiendo que esto esté ocurriendo en una economía que roza el pleno empleo por la falta de personal (dados los problemas demográficos) y las necesidades de producción bélica- vaya a ser determinante. Por otra parte, Estado ruso tiene mecanismos de sobra para controlar, como ha demostrado en reiteradas ocasiones, la opinión general. No es ya solo que durante años hayan favorecido un nacionalismo extremo y una involución conservadora, sino que en cada revés el Kremlin encuentra una nueva oportunidad de seguir alimentando este proceso, como hemos visto a propósito del atentado de Moscú. Es decir, que la población rusa seguirá «en guerra» de forma indefinida (lo que no quiere decir eterna, solo que no se vislumbra un cambio a corto plazo).
Más interesante es la cuarta cuestión, pues quizá lo más negativo a largo plazo de la actual situación, en lo que concierne a Rusia, es que la autarquía podría desconectar su economía y su ciencia de la del resto del mundo. Es cierto que mantiene intensos intercambios con India o la República Popular de China (que ha sido su tabla de salvación), así como con Corea del Norte o Irán entre otros. Sin embargo, sí que tendrá cada vez más problemas -como algunos de estos Estados- para acceder a los componentes tecnológicamente más avanzados, incluyendo la máquina herramienta, sus universidades y centros de investigación quedarán en cierto modo aislados y, en definitiva, es previsible que se produzca un lento pero consistente retraso con efectos difíciles de adivinar. Por otra parte, el hecho de centrar una parte exagerada de los recursos en responder a las necesidades de las Fuerzas Armadas, como demuestran ejemplos históricos como el de la propia Unión Soviética, crea desequilibrios que a largo plazo son también dañinos.
En cualquier caso, y dicho todo esto, no parece previsible que a corto plazo la economía rusa vaya a dar signos claros de debilidad o, más exactamente, que vaya a ser el elemento determinante que marque un punto de inflexión en la voluntad rusa para continuar con la guerra. Es cierto que queda la duda del efecto que la campaña de ataques estratégicos por parte de Ucrania contra el sector de los hidrocarburos rusos pueda tener, especialmente si se incrementa su intensidad a pesar de las peticiones estadounidenses para que esta se detenga. De hecho, ya se han registrado descensos constatables en la producción de gasolina a raíz de los últimos ataques e incluso se han visto obligados a incrementar las importaciones desde Bielorrusia de este derivado del petróleo. Sin embargo, los problemas del sector de los hidrocarburos no son nuevos para Rusia, sino que comenzaron ya en 2022 y se han incrementado a pesar de las exportaciones a China o India y hay que tener en cuenta que una de las cosas que pretende el régimen es disminuir el peso del sector en el global de la economía rusa, en favor de otros con mayor valor añadido.
En resumen, y pese a que los datos económicos que ofrece Rusia puedan estar artificialmente hinchados o de todos los argumentos que se quieran aportar, como que las reservas de divisas se agotan, el rublo cae, la inflación no se va a poder controlar, etc, por el momento todo indica que la guerra se decidirá más en el campo de batalla que no en las pantallas de la bolsa. Al fin y al cabo, si asumimos que Rusia se ve a sí misma embarcada en una guerra por la supervivencia frente a Occidente y que no aceptan la existencia de Ucrania, tiene poco sentido pensar que el empeoramiento de las condiciones económicas pueda ser un elemento decisivo.
Y mientras los analistas buscan explicaciones a la resistencia de la economía rusa -como decimos, menos interesante que las consecuencias a largo plazo que la apuesta del Gobierno ruso por la guerra pueda tener sobre ella-, la guerra sigue.
En las últimas horas con nuevos lanzamientos de drones y misiles sobre Ucrania, país que afirma haber derribado 26 de los 28 drones tipo Shahed-131/136 (Geran-1/2) empleados por Rusia, que también habría lanzado tres misiles Kh-22 y un misiles S-300 en función de ataque a tierra. Entre otros puntos del país, se han registrado explosiones sobre la localidad portuaria de Odesa, así como en Mikolaiv. Por otra parte, habrían sido alcanzadas, en este caso por la artillería, localidades como Nikopol, así como Járkov, donde se habría registrado el empleo de bombas planeadoras.
Rusia, por su parte, ha vuelto a hablar del lanzamiento de cohetes RM-70 Vampire por parte ucraniana sobre Bélgorod, asegurando que habrían neutralizado hasta 16 de estos mientras todavía estaban en el aire. Además de esto, se ha hablado de explosiones en Berdyansk, bajo control ruso.
En cuanto a los combates y los movimientos, las novedades son francamente escasas. Las únicas noticias que han trascendido tienen que ver, por una parte, con el área de Avdiívka. Allí, lo que nos encontramos, es que el Ejército ruso habría logrado cruzar el río Durna bordeando esta masa de agua por la carretera 00542 y consolidar posiciones en la orilla occidental al conseguir adentrarse en las primeras casas de la localidad de Semenivka. Al mismo tiempo, intenta tomar Berdychi, desde donde podría dirigirse por la citada carretera hacia el norte de Semenivka.
Por otra parte, se han registrado nuevos combates en Novomykhailivka, en donde poco a poco los rusos consiguen ir haciéndose con partes del núcleo urbano, avanzando casa por casa en dirección a poniente.
Contexto internacional, diplomacia y sanciones
También en el apartado internacional las noticias son relativamente pocas. En primer lugar, el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, que ha estado inspeccionando las nuevas construcciones defensivas en la región de Sumy antes de reunirse con estudiantes y de participar en la ceremonia de presentación de la plataforma «Made in Ukraine», ha pedido a sus socios que aceleren las entregas de sistemas antiaéreos Patriot, así como de cazabombarderos F-16. Según el político ucraniano: «no hay ninguna justificación racional para explicar por qué los Patriots, que hay muchos en todo el mundo, todavía no cubren los cielos de Járkov y otras ciudades y pueblos atacados por terroristas rusos».
Un mensaje que ha sido secundado por el ministerio de Exteriores de Ucrania en un comunicado en el que afirman que «Rusia ha intensificado el terrorismo aéreo contra Ucrania y lanzó contra Ucrania 190 misiles de diversos tipos, 140 drones Shahed y 700 bombas aéreas guiadas contra Ucrania en sólo una semana, del 18 al 24 de marzo». Frente a lo cual, consideran, la única posibilidad de resistir pasa por el fortalecimiento de la defensa antiaérea ucraniana pues «una fuerte defensa aérea ucraniana ahorrará una cantidad significativa de recursos a los socios de Ucrania. Cada área cubierta por Patriot significa menos daño a la infraestructura crítica y menos dinero para la recuperación».
En el caso del ministro de Defensa ucraniano, Rustem Umerov, tanto él como el jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas ucranianas han mantenido una videollamada con el nuevo ministro de Defensa de Lituania, Laurynas Kasčiūnas, a quien han felicitado por su nombramiento, a la vez que han informado sobre la situación en el terreno y con el que han hablado sobre las formas de reforzar la cooperación en materia de defensa entre ambos países.
Por último, el presidente de la Rada Suprema de Ucrania, Ruslan Stefanchuk, se ha reunido con una delegación del grupo parlamentario de Renew Europe en el Parlamento Europeo encabezada por Valerie Hayer, con quien discutió acerca de la importancia de aprobar un marco de negociación para Ucrania de cara a su integración europea, así como sobre las necesidades en materia de defensa del país.
Pasando precisamente a la Unión Europea, en las últimas horas y mientras los agricultores protestaban en Bruselas en una nueva «tractorada», los Veintisiete han acordado reforzar los límites a determinadas importaciones agrícolas procedentes de Ucrania, aunque estas medidas en ningún caso afectarán al trigo como exigían varios de los Estados miembros, entre ellos Francia y Polonia.
Además de lo anterior, tenemos que el primer ministro neerlandés, Mark Rutte, se ha reunido en Beijing con el presidente chino, Xi Jinping, en el marco de una cumbre entre China y los Países Bajos en la que entre otros temas, han hablado de Ucrania. Según Rutte: «traté de dejar claro durante nuestras conversaciones [con el presidente Xi y el primer ministro Li Qiang] que nos enfrentábamos a una cuestión de seguridad que nos concierne directamente, porque si Rusia gana en Ucrania, representaría una amenaza para toda Europa».
En cuanto a Rusia, tenemos que el jefe de la inteligencia rusa, Sergei Naryshkin, viajó a Pyongyang (Corea del Norte) a principios de la presente semana para discutir acerca de la cooperación en materia de seguridad entre ambos países, aunque la noticia no ha trascendido hasta que no ha sido publicada por la agencia de noticias norcoreana KCNA ha publicado una nota sobre el encuentro que ha sido replicada posteriormente por agencias surcoreanas. Así las cosas, Naryshkin se reunió con el ministro de Seguridad del Estado norcoreano, Ri Chang-dae, discutiendo «amplia y profundamente cuestiones prácticas para impulsar aún más la cooperación para hacer frente a los crecientes movimientos de espionaje y conspiración. por las fuerzas hostiles».
Además de esto, se ha publicado que Moscú responderá a la decisión de Letonia de expulsar a un diplomático ruso anunciada por la ministra de Exteriores del país báltico, Krisjanis Karins. Por el momento no han explicado la forma que tomará la respuesta, aunque en estos casos suelen ser medidas simétricas, como la expulsión de personal letón en Rusia.
Por último, cerramos con Vladímir Putin, quien se ha reunido con pilotos militares en la región de Tver y ha hablado, entre otras cosas, sobre las acusaciones hechas desde diversos países europeos según las cuales tendría planes destinados a invadir partes de la UE. Según Putin, todas estas afirmaciones son «es un completo disparate cuyo único objetivo es intimidar a su población y hacerles pagar más dinero». Además de esto, el presidente ruso ha mantenido conversaciones telefónicas con su homólogo de la República del Congo, Denis Sassou-Nguesso, quien ha expresado sus condolencias por el ataque al Crocus City Hall, y con el presidente interino de Malí, Assimi Goïta, quien ha hecho lo propio y con quien ha hablado sobre el estrechamiento de los lazos económicos. Sigue pues Rusia tratando de afianzar su posición en África, en donde tiene notables intereses.