Putin se ha impuesto en las elecciones presidenciales rusas logrando alrededor del 87 por ciento de los votos y superando así de paso sus niveles de apoyo más altos, logrados en 2018. El presidente ruso, que lo seguirá siendo al menos hasta 2030, superará así en cuanto a longevidad en el cargo al mismísimo Stalin con un mandato en el que se centrará, como ya ha advertido, en la «construcción de una Rusia más fuerte». Más allá de que los comicios sean o no una «farsa», como se afirma desde diversos medios, el resultado obtenido es el lógico una vez el Kremlin ha logrado que el electorado ruso vea la guerra de Ucrania como respuesta a una agresión occidental y se crea inmerso en una lucha existencial por los » valores tradicionales» o la «soberanía» de Rusia.
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Las elecciones rusas han concluido con el resultado esperado, toda vez que los tres candidatos alternativos a Putin y que habían obtenido la aprobación de la Comisión Electoral para concurrir a los comicios, no suponían amenaza alguna. Así las cosas, Vladímir Vladimirovich Putin, con un 87,2% de los votos, podrá revalidar su mandato hasta 2030, con lo que sumará tres décadas al frente de Rusia, si sumamos a las presidencias el periodo que vivió como Primer Ministro con Medvedev como «hombre de paja» ostentando la dignidad presidencial. Será pues el dirigente ruso que más tiempo haya estado en el cargo en los tiempos modernos, superando así a Iósif Stalin, quien aunque fuera Secretario General del Comité Central del Partido Comunista soviético entre 1922 y 1952 no terminó de consolidar su poder monolítico hasta mediados de los años 20 del pasado siglo.
Más importante si cabe, su gestión, según las encuestas (por supuesto, se puede opinar lo que se quiera sobre ellas), cuenta con la aprobación de casi el 80% de los rusos, siendo con gran diferencia el político más valorado en el país, muy por encima del primer ministro Mishustin o del histriónico vicepresidente del Consejo de Seguridad, Medvedev, quien ha vivido una curiosa evolución ideológica en los últimos años que, en última instancia, le ha permitido seguir formando parte de la cúpula rusa.
Sea como fuere, y por más que desde diversos estamentos occidentales se considere que las elecciones rusas son una «farsa» al no cumplir con los estándares democráticos o celebrarse en territorios ocupados, el apoyo a Putin es máximo y no solo eso, sino que en los últimos meses ha logrado consolidarlo y reforzarlo hasta límites nunca vistos. Es decir, que una vez más y como es tradicional en la historia de Rusia, ante la posibilidad de volver a unos «tiempos tumultuosos», el ciudadano de a pie vuelve a optar por refugiarse en un líder fuerte.
De hecho, si consideramos, como hacen Marlène Laruelle y Gilles Gressani que el «Putinismo» se puede dividir esquemáticamente en tres fases principales: el «primer putinismo» de 2000-2008, el «putinismo tardío» de 2012-2022, y el «putinismo de guerra» desde el 24 de febrero, se entiende mucho mejor cómo desde el inicio de la invasión el régimen ha reorganizado su propia ideología en un todo que tiene su propia lógica interna y una cierta coherencia en lo relativo a su visión de la Humanidad, de lo que debería ser el orden mundial y del lugar de Rusia en él. Un viraje cada vez más conservador, vertebrado por la ortodoxia y en el que entre otras cosas, Ucrania no tiene cabida como país independiente. No la Ucrania anterior a 2022.
Así las cosas, e independientemente de los sentimientos que la figura de Putin pueda despertar, lo que está claro es que ha salido más que airoso de los retos que, a nivel de política interna, ha planteado la guerra. No olvidemos que su continuidad al frente de Rusia ha sido cuestionada desde Occidente, con no pocos líderes coqueteando con la idea de que el conflicto ucraniano podría culminar con la salida de Putin del poder. Incluso el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, llegó a decir que Putin “no puede seguir en el poder”, algo que llevó posteriormente a la Casa Blanca a negar de inmediato que estuviera llamando a un cambio de gobierno en Rusia.
Pese a ello, a fecha de 17 de marzo de 2023 lo que tenemos es todo lo contrario, como ha ocurrido generalmente en Rusia cuando el país ha afrontado dificultades: el líder al mando ha logrado emplear con tino todos los resortes del poder a su alcance, eliminando a cualquier posible opositor y consolidándose -en este caso- a niveles nunca vistos como el hombre fuerte del país. Muy lejos quedan ya pronunciamientos como el del defenestrado Prigozhin, los coqueteos de Kadírov con la fama o figuras como las del general Surovikin, que podrían haber llegado a hacer sombra a Putin. Hasta qué punto esto es mérito del presidente o no, es otra cuestión, pero el hecho irrefutable es que, una vez más, una guerra ha servido para unir a los rusos en torno a una figura fuerte y no lo contrario.
Un logro que tiene mucho que ver con la forma en que ha sabido presentarse ante el electorado. En este sentido, como explicáramos hace un año, Putin quiere ser visto como el defensor de la «Rusia eterna», un símbolo más que una persona de carne y hueso, capaz de encarnar unos valores que van más allá de las vicisitudes del momento. Alguien, en suma, a quien aferrarse (asumiendo si hace falta una nueva Opríchnina) con tal de evitar un nuevo «periodo tumultuoso», como el que siguiera a la muerte del zar Teodoro I, o a la implosión soviética.
Por cierto, que respecto a los coqueteos con la salida de Putin del Kremlin, seguimos defendiendo que fueron y son totalmente irresponsables. Nos guste o no, las posibilidades de que Rusia se convierta en una democracia de corte Occidental son mínimas. Menores todavía las de que un líder aceptable para las capitales europeas o para Washington lleguen al Kremlin. De hecho, la salida de Putin sigue planteando más dudas que certezas respecto al tipo de sujeto que podría alcanzar el poder, ya que grosso modo son tres las posibilidades principales: 1) que se haga con el poder alguien mucho más radical que el propio Putin (quien suele ejercer de elemento atemperante dentro de la cúpula rusa); 2) que el país se suma en el caos en medio de luchas internas entre los elementos más poderosos, con la consiguiente inestabilidad e imprevisibilidad; 3) que haya cierta continuidad, algo que Putin pretende.
En este sentido, y sean o no una farsa las elecciones y sea o no Putin un dictador, un asesino o cuantos calificativos se le quieran aplicar, la estabilidad de Rusia y el hecho de que sus grandes líneas de acción sean perfectamente predecibles, no deja de ser algo beneficioso para Occidente. Al menos permite a sus líderes saber con bastante certeza a qué pueden atenerse y qué deben hacer para restablecer la estabilidad estratégica, forzar una salida a la guerra y ser capaces de generar la disuasión suficiente como para que Rusia no encuentre beneficio alguno a continuar confiando su política exterior a la fuerza militar. Qué se haga o no, depende de muchos otros factores, por supuesto.
Como quiera que las elecciones no cambian demasiado, sino que simplemente confieren a Putin cierta legitimidad para seguir profundizando en sus políticas, pasamos a lo ocurrido en las últimas horas en el frente. Allí, comenzando por Ucrania, se han registrado una vez más impactos de diversos drones contra localidades como Kremenchuk, a orillas del Dniéper, en la región de Poltava o como Krivói Rog. Según la Fuerza Aérea ucraniana, habrían logrado destruir 17 de los drones tipo Shahed-131/136 (Geran-1/2) lanzados por Rusia.
En otro orden de cosas, se ha producido un curioso incidente en Transnistria. La región moldava, controlada por Rusia, ha visto cómo un dron suicida ha impactado contra un helicóptero Mi-8MT mientras estaba estacionado en Tiráspol. Se trataba de uno de los pocos aparatos con los que cuentan las autoridades regionales, y ha quedado totalmente destruido. No ha sido el único incidente en Moldavia, en donde un hombre ha resultado detenido por arrojar un cóctel Molotov contra la embajada rusa.
Dicho lo anterior, y aunque se espera que Ucrania continúe con su campaña de ataques contra las refinerías rusas, como ha venido haciendo en los últimos días, por el momento no han trascendido datos sobre nuevas acciones.
Más allá de esto, en cuanto a los combates, y comenzando por las incursiones que siguen llevando a cabo los voluntarios anti-kremlin en territorio ruso (habría que ver si en regiones como Bélgorod no han provocando el efecto contrario al deseado, maximizando el apoyo a Putin), tenemos que han logrado adentrarse por ejemplo en Gorkovsky, mientras intentan hacer lo mismo en Popivka y otras localidades. También han tomado una pequeña parte de la localidad de Kozinka.
En el resto del frente son pocas las novedades, siendo el estancamiento una semana más, la norma. Mientras Ucrania continúa evacuando localidades en las zonas de Járkov más cercanas a la frontera rusa –lo que no quiere decir que vaya a producirse una operación rusa en breve-, se siguen librando combates en las inmediaciones de Avdiívka, en localidades como Orlivka o Pervomaiske, que están bajo ataque ruso y en donde los ucranianos se defienden lanzando contraataques.
Algo parecido ocurre en la región de Zaporiyia, con el Ejército ruso atacando nuevamente en dirección tanto a Robotyne como hacia el noroeste de Verbove.
Contexto internacional, diplomacia y sanciones
En el apartado internacional, y como es habitual cada fin de semana, las novedades vuelven a ser escasas. Es cierto que se han producido numerosas reacciones a los resultados de las elecciones en Rusia, algunas de las cuales ya hemos reseñado en la primera parte del informe. En cualquier caso y como cabe esperar, estas han sido efusivas en el caso de los aliados y críticas -e incluso furibundas– en el caso de los rivales, que se han centrado en hablar sobre las protestas contra Putin, en el papel de la oposición y en los resultados preestablecidos para unas elecciones que pocos toman por válidas.
Todo mientras el propio Putin cargaba contra la democracia estadounidense y su utilización de la justicia para favorecer -según él- a uno de los candidatos, en un claro mensaje de apoyo a Trump, a la vez que se refería, por primera vez, a la muerte de Navalny, que ha calificado de un «desafortunado incidente». No fueron las únicas declaraciones de Putin, quien respondió a distintas preguntas de la prensa hablando sobre la situación en Ucrania («se avanza cada día»), los ataques en las regiones fronterizas (que considera juegan a su favor) o la propuesta de Macron de establecer una tregua durante las olimpiadas («Estamos dispuestos a considerar todas las propuestas, pero siempre, en todas las circunstancias, nos guiaremos por los intereses nacionales y la situación en el campo de batalla»).
Entre las reacciones de sus detractores sí cabe destacar, por razones lógicas, la de Zelenski, quien ha centrado su discurso diario en el carácter dictatorial de Putin, de quien dice que haría cualquier cosa para perpetuarse en el poder (lo que no deja de ser hasta cierto punto curioso, toda vez que en Ucrania -aunque puedan entenderse las razones- no se han celebrado las elecciones pendientes). Entre otras cosas, Zelenski ha dicho: «Esta imitación de «elecciones» no tiene legitimidad y no puede tenerla. Esta persona debe terminar en el muelle de La Haya. Esto es lo que debemos garantizar. Cualquier persona en el mundo que valore la vida y la decencia».
Sea como fuere, las elecciones, con un 99,43% de los votos escrutados dejarían un resultado de un 87,32% de los votos a favor de Putin, siendo el segundo candidato más votado el comunista Nikolay Kharitonov, quien por lo demás apoya las políticas de Putin y no tiene ningún tipo de programa alternativo.
Pasando a otros temas, en Rumanía se ha iniciado la construcción de la que será la mayor base de la OTAN en el este de Europa y que permitirá albergar a más de 10.000 efectivos y supondrá una inversión de 2.500 millones de euros. Un proyecto, en cualquier caso, que data de al menos un lustro atrás -aunque sin duda pueda influir en la percepción que Rusia tiene de la amenaza que le plantea la OTAN-, por lo que no cabe achacarlo a la guerra.
No ha sido la única noticia que ha implicado a Rumanía, pues se ha sabido también que la empresa local ROMARM y la alemana Rheinmetall van a acometer en breve un nuevo proyecto, con una inversión de 47 millones de euros y que consistirá en la apertura de una nueva fábrica de pólvora, financiada en buena medida mediante la herramienta comunitaria ASAP, de la que hablamos anteayer.
Cambiando de tercio, después de más de dos años de guerra en Ucrania han elegido cuál será la ubicación del Cementerio Militar Nacional en Memoria de los caídos, que se situará según ha anunciado el primer ministro, Denys Shmyhal, en el distrito de Fastiv, en la región de Kiev. Se espera que este nuevo cementerio sirva, por ejemplo, para centralizar los homenajes estatales. Según Shmyhal: «La creación de un cementerio de este tipo es de gran importancia para nuestro país y, por lo tanto, está en el centro de atención de nuestro Gobierno. Siempre debemos recordar a quienes sacrificaron sus vidas por Ucrania en la guerra por nuestra libertad e independencia».
Hablando de muertos, el medio ruso independiente Mediazona ha logrado confirmar ya la identidad de 47.700 uniformados rusos fallecidos desde el comienzo de la invasión, como parte de un proyecto que lleva a cabo de la mano de la BBC británica. Desde el pasado mes de febrero han logrado añadir a su listado los nombres de 3.047 rusos muertos en combate.