En las últimas horas, la polémica en torno a las declaraciones del Papa Francisco a propósito de la necesidad de negociar no ha hecho sino arreciar, con fuertes reacciones desde Ucrania, en donde Zelenski ha sido rotundo al afirmar que «Aquí es donde debería estar la Iglesia: con el pueblo”. Al mismo tiempo, se ha sabido que Macron, quien ha mantenido una conversación con el presidente ucraniano, viajará a este país en las próximas semanas, el documental «20 días en Mariupol» se ha hecho con un Óscar, se ha registrado nuevamente el uso de granadas con cloropicrina por parte rusa y se ha hablado sobre la forma en que los drones ucranianos están logrando cortar las líneas de comunicación marítimas rusas en el mar Negro.
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De forma instintiva, cuando hablamos del poder naval, solemos identificarlo con el número de buques de guerra a disposición de una nación. La cuestión es, sin embargo, bastante más compleja y, desde luego, el término va mucho más allá del poder puramente militar. Desde el almirante norteamericano Alfred Thayer Mahan a, prácticamente un siglo después, el soviético Sergui Geórgievich Gorshkov, han sido muchos los teóricos que han tocado el tema, llegando en todos casos a la conclusión de que el poder naval va mucho más allá de la cifra -o incluso de la tipología, pues no es lo mismo disponer de veinte fragatas modernas, que de veinte lanchas lanzamisiles anticuadas- de los buques alistados.
En algunos casos, como en el primero, se hacía referencia a la necesidad de contar con un próspero comercio exterior -y con ello con una potente flota mercante- y de bases navales, así como con un número adecuado de astilleros-. Todo de forma que, llegado el caso, la marina de guerra pudiese abastecerse de “gentes de mar” procedentes de la mercante y la pesquera y contase, además, con todos los medios para sostener a la flota de guerra. El segundo, por su parte, ofrecía una visión holística del poder naval, en la que tenían cabida además de los elementos anteriores también la flota pesquera y los medios científicos, pues el conocimiento del propio mar era un elemento importante a juicio de Gorshkov.
Ambas son, digámoslo así, concepciones «positivas» del poder naval, destinadas a ejercer un control de este dominio. Sin embargo, hay otras formas de aproximarse a la guerra naval, buscando por ejemplo el control «negativo» del mar, como ha hecho generalmente la «Jeune École». Esto es, tratando de hacer que el enemigo, aun ostentando superioridad, no pueda hacer un uso libre del mismo. De hecho, esta ha sido desde su aparición una de las funciones básicas de los submarinos, pues al evolucionar bajo la superficie y beneficiarse de una gran discreción y del alcance de los torpedos, pueden amenazar con un riesgo y coste asumibles tanto a las flotas contrarias como a sus buques mercantes. También pueden diseminar minas que dificulten el movimiento, por supuesto.
De hecho, tradicionalmente la aproximación soviética y posteriormente rusa, a pesar de los intentos de Gorshkov, a los que hemos hecho referencia, ha sido de este tipo, primando su fuerza submarina y también, en el «dominio aeronaval», apostando por la aviación basada en tierra y por el empleo de misiles antibuque tanto de lanzamiento naval, como terrestre y aéreo, para contrarrestar así en lo posible la superioridad de las armadas de la OTAN. De ahí el posterior establecimiento de áreas A2/AD, en las que los misiles antibuque y antiaéreos han tenido un papel central.
Pues bien, el caso es que desde los inicios de la guerra de Ucrania, las tornas se han invertido para Rusia. Su Marina de guerra buscó, en los primeros compases tras la invasión, una superioridad absoluta en el Mar Negro, llegando a maniobrar en busca de la generación de dilemas para el alto mando ucraniano, al plantear la posibilidad de un desembarco anfibio en Odesa que nunca se materializó. El empleo de unidades como el malogrado crucero «Moskva» o los grandes buques de desembarco de la clase Ropucha, llegados en algunos casos de forma apresurada a este teatro en las semanas previas al inicio de la guerra, fue significativo.
Es cierto que Ucrania ha carecido, desde los primeros días, ya que fueron alcanzadas rápidamente, de unidades navales de superficie. También que no disponía de submarinos. Pese a todo, gracias tanto a los desarrollos propios como el misil «Neptune», como a la llegada de medios antibuque proporcionados por sus aliados, ha logrado ejercer un importante -y creciente- grado de negación en la parte occidental del mar Negro. Tanta que ha logrado que la Flota del Mar Negro rusa abandone el área, salvo por incursiones puntuales que en varias ocasiones han terminado bastante mal para los intereses rusos.
En una fase más avanzada de la contienda, han sido los drones navales de superficie los que han servido a Ucrania para amenazar a los buques de guerra rusos incluso en puntos muy alejados de la fracción de costa que Ucrania controla, como es el caso del estrecho de Kerch recientemente o, antes de esto, de Novorossiysk. Para ello, han desarrollado, en algunos casos muy posiblemente con ayuda británica, distintos tipos de drones de superficie guiados por satélite/Starlink y cargados de explosivos, tema que ya hemos abordado en varias ocasiones.
Sin embargo, lo más interesante en cuanto a guerra naval de esta fase de la guerra no tiene que ver tanto con la capacidad ucraniana de recluir en la práctica a la Armada rusa en la parte oriental del mar Negro, como de plantear una amenaza a las líneas marítimas de comunicaciones rusas (SLOC) a la par que es capaz de evitar que Rusia pueda atacar a los buques ucranianos y extranjeros que operan a través del corredor marítimo, en última instancia la mejor vía de exportación de productos agrícolas para el país y de la que depende buena parte de su economía.
De hecho, como relata HI Sutton, a finales del pasado mes de febrero dos buques mercantes propiedad del Gobierno ruso dieron media vuelta cuando navegaban desde Tartus, en Siria, hacia el mar Negro, con casi total seguridad debido a la amenaza que plantean los drones navales. Se trata de embarcaciones que generalmente se emplean para transportar pertrechos militares y, de hecho, en el caso del «Sparta-IV» se ha utilizado anteriormente para enviar sistemas de misiles S-300 desde Siria. Es decir, que Rusia, ya no dispone de la posibilidad de utilizar el mar para abastecer a sus tropas con libertad en Ucrania.
Cambiando de tercio, y pasando a la actualidad sobre el frente, aunque todavía no se ha publicado un recuento oficial, durante la última jornada se han registrado diversos ataques con drones kamikazes rusos sobre Ucrania. De hecho, al menos dos personas habrían fallecido en la localidad de Dobropillya, en Donetsk, por el impacto de un dron tipo Shahed-131/136 (Geran-1/2), mientras que en Odesa habrían resultado alcanzados un edificio administrativo y una fábrica.
Del lado ruso, como es habitual, se han reportado supuestos ataques ucranianos con drones, todos ellos neutralizados, sobre las regiones de Bélgorod, Novgorod y Leningrado.
Por otra parte, los ucranianos han venido quejándose del empleo creciente por parte rusa de granadas con cloropicrina, un derivado del cloro que se ha utilizado desde la Primera Guerra Mundial como gas lacrimógeno y sofocante por las molestias que genera, aunque en principio no es letal. Desde el Ministerio de Defensa de Ucrania hablan de alrededor de medio centenar de usos la pasada semana, quince de los cuales habrían tenido lugar en las últimas horas.
En cuanto a los combates, tenemos comenzando por la zona más septentrional del frente, ataques rusos y contraataques ucranianos en el área de Terny, al oeste de Kreminna. No hay cambios.
En la zona de Bakhmut, la situación es parecida, con un contraataque ucraniano en el área de Bohdanivka destinado a retardar los avances rusos, mientras se siguen reforzando las defensas en torno a Chasiv Yar, que es el nudo de comunicaciones local más importante.
Sin novedades de consideración en el sector de Avdiívka, en donde por ahora las líneas se han estabilizado, donde se ha registrado actividad es al sur. Allí se han registrado ataques rusos en el área de Vuhledar, en la zona entre Chervone y Guliaipolé por primera vez desde el verano de 2023, así como en el antiguo eje de Orijiv, en donde las tropas rusas han intentado nuevamente adentrarse en Robotyne, con escaso éxito.
Contexto internacional, diplomacia y sanciones
En el área internacional, aunque la actualidad como corresponde al fin de semana, sigue siendo baja, la noticia más importante ha sido la conversación telefónica mantenida por el presidente francés, Emmanuel Macron y su homólogo ucraniano, Volodímir Zelenski. Aunque se desconoce el contenido de la charla, sí se conocen las reacciones ucranianas a la misma, así como a las palabras de Macron en las últimas semanas a propósito del envío de tropas a Ucrania. Declaraciones que han sido más que bienvenidas desde Kiev, pues consideran, en palabras del ministro de Exteriores Kuleba que París es «la primera capital que admite públicamente lo obvio».
Es más, Kuleba ha afirmado que «los debates desencadenados por estas declaraciones francesas permitirán a Europa ahorrar mucho tiempo al darse cuenta de que debe hacer más. No sólo para Ucrania, sino también para Europa» así como que Macron «es simplemente el primero en empezar a hablar abiertamente sobre lo que, en mi opinión, toda persona razonable en Europa debería entender. Si no se frena a Rusia en Ucrania, habrá guerra en Europa». Todo mientras son cada vez más los que ven paralelismos entre la situación actual y la previa a la Segunda Guerra Mundial.
Lo que sí se ha sabido es que, tras la reunión telefónica entre ambos presidentes, Macron visitará Ucrania en las próximas semanas, aunque la fecha está todavía por determinar. Eso sí, no hay que olvidar que por distintos motivos, Macron ha pospuesto su viaje al país hasta en tres ocasiones, pues este tendría que haber tenido lugar, originalmente, hace ya un mes.
Otro punto caliente de la actualidad internacional sigue siendo el Vaticano, pues han arreciado las críticas contra el Papa Francisco por sus declaraciones y su llamamiento a la negociación. El ministro de Exteriores ucraniano ha rebatido completamente al Sumo Pontífice al decir que «El más fuerte es aquel que, en la batalla entre el bien y el mal, se pone del lado del bien en lugar de intentar ponerlos en pie de igualdad y llamarlo “negociaciones”», a la vez que ha asegurado que Ucrania nunca levantará otra bandera que no sea la «amarilla y azul».
Más duro si cabe ha sido Zelenski, quien no solo ha hablado de las iglesias quemadas en Ucrania o de cómo son los ucranianos quienes están impidiendo que los «asesinos rusos» avancen hacia el corazón de Europa, sino que ha dicho que «Esto es lo que es la Iglesia: una con el pueblo. No a dos mil quinientos kilómetros de distancia, en algún lugar, buscando una meditación virtual entre quienes quieren vivir y quienes quieren destruirte».
También se ha pronunciado el embajador de Ucrania ante el Vaticano, Andrii Lourach, quien ha comparado en Twitter la propuesta del Papa Francisco con las negociaciones con Adolf Hitler durante la Segunda Guerra Mundial, asegurando que “¡Si queremos poner fin a la guerra, debemos hacer todo lo posible para matar al dragón!”, mientras desde la Santa Sede publicaban un comunicado intentando corregir una situación que se les ha ido de las manos.
En otro orden de cosas, en las últimas horas se ha publicado que las importaciones de armas a Europa casi se han duplicado en los últimos cinco años, impulsadas como no podía ser de otra forma por la guerra en Ucrania. Así las cosas, según el Instituto de la Investigación para la Paz de Estocolmo, el conocido SIPRI, durante el período 2019-2023, las importaciones de armas en Europa crecieron un 94% en comparación con el lustro anterior. Buena parte del destino de todos este flujo de material militar ha tenido como destino Ucrania, aunque no solo. De ahí entre otras cosas que la nueva Estrategia Industrial de Defensa Europea (EDIS) insista en la necesidad de minorar la presencia de empresas estadounidenses en el mercado comunitario.
Pasando a los daños causados por la guerra, y según un informe del Ministerio de Medio Ambiente de Ucrania, a finales de 2023 esta había causado daños medioambientales por valor de 60.000 millones de dólares (55.000 millones de euros). Entre otras cosas, los incendios habrían devastado hasta 12.000 kilómetros cuadrados de bosque, o alrededor del 20% de la superficie forestal del país. Además, minas terrestres estarían esparcidas a lo largo y ancho de una superficie de aproximadamente 100.000 kilómetros cuadrados, es decir, una parte sustancial del territorio ucraniano.
Respecto a la ayuda militar, dos noticias. Por una parte, el envío de sistemas antiaéreos NASAMS por parte de Canadá a Ucrania parece que se retrasará debido a los problemas administrativos estadounidenses. En concreto, se trata de equipos encargados por Canadá al fabricante, Kongsberg, a través de los Estados Unidos y cuya entrega está bloqueada desde hace meses porque este último país debe garantizar la financiación y, al parecer, no había hecho la dotación presupuestaria necesaria para ello. Por otra, se ha hablado de que los ucranianos podrían comenzar a desplegar los cazabombarderos F-16 ya durante el próximo mes de julio, aunque todavía en cantidades mínimas.
Por último, cerramos el informe de hoy con la parte cultural, pues el documental «20 días en Mariupol» que narra el asedio de la ciudad ucraniana por parte del ejército ruso, ha ganado hace unas horas el Óscar al mejor documental, siendo la primera estatuilla dorada de la historia de Ucrania, como ha explicado el director de la obra, Mstyslav Chernov, quien durante su discurso de recogida del galardón afirmó también desear no haber tenido que rodarla nunca: “Este es el primer Oscar en la historia de Ucrania. Y me siento honrado. Pero probablemente seré el primer director en este escenario que diga: Ojalá nunca hubiera hecho esta película ”. Como es lógico, el hecho ha sido celebrado en Ucrania, por ejemplo por el jefe de la Oficina del Presidente, Andriy Yermak.