Dinamarca ha decidido donar toda su artillería a Ucrania, asegurando que es algo que no necesitan en este momento y que será más útil utilizada contra una Rusia que «no quiere la paz con nosotros» y que «está desestabilizando al mundo occidental desde muchos ángulos diferentes». El país nórdico adopta, mientras muchos otros socios dudan respecto a cómo abordar el problema que representa Rusia para la seguridad de la UE, una posición clara. Todo mientras el Ejército ruso ha continuado con sus ataques en torno a Avdiívka, en Bakhmut y en Verbove y Ucrania continúa negociando acuerdos de seguridad con otros socios y aliados.
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La primera ministra danesa, Mette Frederiksen, ha asegurado, como adelantábamos en la entradilla, que «Rusia está desestabilizando al mundo occidental desde muchos ángulos diferentes –en la región ártica, los Balcanes y África– con desinformación, ciberataques, guerra híbrida y, obviamente, en Ucrania”. Tras lo cual, ha anunciado que el país nórdico donará todas sus reservas de artillería, tanto sistemas como municiones y al parecer tanto de campaña, como antiaérea, a Ucrania. Los daneses, que no sienten de forma inmediata la amenaza rusa, en virtud de la distancia, entienden que es mejor que sean empleadas por Ucrania, que tener que llegar a emplearlas ellos mismos en el futuro.
La cuestión no es baladí. Algunas de las decisiones de Putin, así como de sus declaraciones -y de las de buena parte de la cúpula rusa-, obligan a pensar, como venimos alertando desde antes de la invasión, que una Rusia cada vez más radicalizada y encerrada en sí misma –consecuencia de un proceso iniciado ya muchos años atrás-, se considera en guerra abierta con Occidente. Una guerra que consideran una cuestión de «vida o muerte», lo que sin duda influye no solo sobre el nivel de sacrificio que están dispuestos a asumir en el campo de batalla, sino también sobre los límites a la escalada.
Las distintas informaciones relativas al despliegue de armas nucleares en el espacio, en función anti-satélite, por sus implicaciones en relación con el equilibrio estratégica y su potencial desestabilizador, son totalmente significativas. De hecho, se trata de un paso tan grave que los Estados Unidos han hablado directamente con China e India para que estos traten de influir sobre Putin. En primer lugar, porque ellos también se verían gravemente afectados por el despliegue de ese tipo de sistemas. En segundo lugar, porque si Rusia no da marcha atrás, se verán obligados a dar pasos para compensar el citado desequilibrio que también serían potencialmente desestabilizadores.
Estamos, hasta cierto punto, en una situación pareja a la de 1962, cuando la Unión Soviética de Jruschov provocó la Crisis de los Misiles cubanos. En aquella ocasión, la decisión de la cúpula soviética se produjo sin un análisis medianamente racional y lógico de las consecuencias de sus actos y de cómo estos podían ser percibidos por los Estados Unidos, lo que puso al mundo al borde de una guerra de consecuencias difíciles de adivinar. Lo que es peor, la decisión se implementó sin tomar en cuenta las problemáticas logísticas y de todo tipo que llevaba asociadas, algo que demuestra la inconsciencia no solo de Jruschev, sino de toda una serie de altos cargos más dispuestos a decir que sí a todo al líder que a poner negro sobre blanco las consecuencias del plan del premier de turno.
Rusia es, pues, un problema sistémico para Occidente y, a tenor de decisiones como la de las armas ASAT, para el conjunto del planeta, incluidos algunos de sus socios, que podrían terminar arrastrados a un conflicto sin desearlo realmente. Algo que es de todo menos nuevo en la historia. Y mientras tanto, por más material que continúe perdiendo en Ucrania y por más vidas, lo que se debe tener en cuenta es que Rusia continúa preparándose y adaptándose, extrayendo lecciones y modernizando sus Fuerzas Armadas, al beneficiarse, por más problemas que pueda tener, de una economía de guerra.
Una mentalidad muy diferente a la de los europeos, por más que en países como Alemania estén viviendo cierto despertar en este sentido. De hecho, en el seno de la Unión Europea, todavía hoy, las percepciones son totalmente ajenas a la realidad de los hechos, manteniéndose las ensoñaciones anteriores a la guerra. Ensoñaciones que nos han traído hasta aquí al generar ventanas de vulnerabilidad que Rusia ha aprovechado para implementar sus planes, algo que hemos explicado en demasiadas ocasiones ya. Tal y como resumía Gabrielius Landsbergis, el ministro de Asuntos Exteriores de Lituania, tras la Conferencia de Seguridad de Múnich:
Actualmente somos un libro abierto para nuestro adversario: claras líneas rojas de falta de compromiso, desacuerdos sobre la continuación de la asistencia y una ceguera optimista ante los riesgos crecientes. No mostramos ninguna urgencia por aumentar nuestra preparación». Para añadir que, para salir de esta, «Estratégicamente el objetivo debería ser cambiar los cálculos de Putin. Interrumpir el campo. Sé que no es fácil, pero es mejor admitir los errores y trazar un nuevo camino a seguir, en lugar de dedicarse a una autocomplacencia vacía».
Obviamente, la idea de que hay que llegar a acuerdos de seguridad con Rusia, de que se puede negociar una salida a la guerra, sigue siendo tentadora para muchos, especialmente en ciertos sectores del arco político y en función también de la geografía, pues la visión del problema varía cuanto más nos aceramos a Rusia o Ucrania. Tanto porque no son pocos los que realmente creen que esta es una guerra motivada por Washington como porque muchos se sienten a salvo, como decíamos por la distancia. En este sentido, que desde los Estados Unidos y la UE hayamos venido librando una guerra proxy en Ucrania no implica responsabilidad en su desencadenamiento, algo que corresponde exclusivamente a Rusia. Lo que sí demuestra es cierto sentido de la responsabilidad al evitar la escalada que supondría una participación directa.
Desgraciadamente, quienes consideran que actualmente se puede negociar con Rusia, cometen un error de inversión de términos, pues no habrá negociación posible -en el sentido de que Rusia respete los términos-, ni nueva arquitectura de seguridad para el continente, si los acuerdos no parten de un equilibrio que los europeos solo podemos restablecer tras dotarnos de los medios necesarios para generar un nivel de disuasión adecuado.
Independientemente de cómo se resuelva lo anterior, la guerra de Ucrania continúa su curso, con el lanzamiento de drones por parte rusa sobre territorio ucraniano –aunque en este caso en pequeña cantidad– y también con diversas acciones cibernéticas, un aspecto del conflicto que, aunque pase más desapercibido –en nuestro tercer libro hay un magnífico capítulo de Josué Expósito dedicado al tema-, sigue estando siempre presente.
En este sentido, la cuenta en la red social X (anteriormente Twitter) del diario ucraniano Ukrainian Pravda, uno de los medios más conocidos de este país, ha sido hackeada, apareciendo algunos mensajes prorrusos a nombre de este medio de comunicación.
Dicho lo anterior, y mientras se sigue analizando lo ocurrido en Avdiívka y sobre cómo y por qué este escenario ha degenerado para los ucranianos en los últimos meses, tenemos que han seguido produciéndose combates y que el Ejército ruso ha seguido atacando en diversos puntos del frente.
En el área de Bakhmut, por ejemplo, se ha producido un nuevo avance ruso hacia Ivanivske, al suroeste de la ciudad.
En la propia Avdiívka, mientras Ucrania trabaja contrarreloj por afianzar las posiciones de la nueva línea defensiva, Rusia ha seguido también atacando, a la espera de ver hasta dónde llega el impulso logrado y si los ucranianos son capaces de seguir manteniendo el orden, la disciplina y la moral tras la pérdida de la ciudad o se produce el colapso que algunos pronostican -y que, dicho sea de paso, parece ahora mismo poco probable-.
Además de lo anterior, también se han registrado enfrentamientos en el sur, en el área de Robotyne, en donde Rusia ha acumulado fuerzas en las últimas semanas -ya explicamos días atrás las acumulaciones rusas en los extremos del frente- y habría logrado algún avance en la zona de Verbove.
Contexto internacional, diplomacia y sanciones
En el apartado internacional, y a pesar de la Conferencia de Seguridad de Múnich y tal y como corresponde a los fines de semana, la actividad diplomática se ha reducido considerablemente. Allí, además de las palabras del ministro de Exteriores de Lituania, a las que ya hemos hecho referencia, se han escuchado muchas otras, como las del Alto Representante de la Unión Europea, Josep Borrell, quien ha afirmado que «Para ser un actor geopolítico, la Unión Europea necesita construir una fuerte capacidad de defensa y estar unida».
Un discurso, habitual desde hace ya tiempo y al que se suman cada vez más voces tanto dentro como fuera de la UE, pero que se enfrenta entre muchas otras cosas, además de a las reticencias de los Estados miembros, a los choques entre las propias instituciones europeas con competencias en la materia, siempre celosas de sus competencias, así como a muchos otros obstáculos. No hay más que ver los enfrentamientos entre el propio SEAE (encabezado por Borrell) y la Comisión (del que Borrell es, para más inri, vicepresidente), entre esta y la EDA, etc.
Mientras tanto, desde el grupo Renew Europe, se ha pedido que la defensa sea una prioridad durante los próximos cinco años. Algo que, a pesar de las buenas intenciones, quedará como se dice castizamente en «agua de borrajas» si desde los Veintisiete no son capaces de poner sobre la mesa asuntos cruciales, como el nuclear.
Además de la conferencia muniquesa, se ha producido también un encuentro entre representantes japoneses y ucranianos al que han asistido los primeros ministros de ambos estados. Según ha declarado Denys Shmyhal, el primer ministro ucraniano, la cita ha servido para hablar ante sus interlocutores de diferentes sectores y áreas hacia las que canalizar la inversión japonesa: energía, agricultura, infraestructuras, automoción, minería e informática. Así, desde Ucrania han invitado a las empresas japonesas «a formar parte de la recuperación y del milagro económico ucraniano».
Zelenski, por su parte, ha centrado su discurso diario en los acuerdos de seguridad alcanzados recientemente con Alemania y Francia, para acto seguido hablar sobre los otros acuerdos que se están negociando en estos momento, en busca de una «arquitectura de compromisos de seguridad eficaz e integral». Según el máximo mandatario ucraniano, «estas son las cosas que disuadirán la agresión rusa en el futuro y al mismo tiempo nos ayudarán a proteger nuestra independencia ahora».
Más allá de esto, desde Estonia la primera ministra, Kaja Kallas, ha pedido que en los Estados Unidos se confisquen los activos rusos congelados antes de las próximas elecciones, pues considera que si se produce un cambio de color en el Gobierno estadounidense, esto será imposible.
En otro orden de cosas, desde Rusia Sergey Rudskoy, jefe de la Dirección Principal de Operaciones del Estado Mayor ruso y primer subjefe de Estado Mayor, ha asegurado que «Los militares de la OTAN, disfrazados de mercenarios, participan en las hostilidades. Controlan los sistemas de defensa aérea, los misiles tácticos y los sistemas de lanzamiento múltiple de cohetes, y forman parte de destacamentos de asalto». Por supuesto, no ha ofrecido pruebas de nada de ello, ciñéndose al discurso ruso habitual.
Cambiando radicalmente de tercio, y como quiera que las crisis siempre generan oportunidades -en este caso, la guerra de Ucrania-, las cinco mayores empresas petrolíferas privadas del mundo han logrado beneficios conjuntos de 281.000 millones de dólares desde el comienzo de la invasión. Una noticia que muchos utilizarán para justificar el mantenimiento de las hostilidades y de la implicación occidental en la guerra, pues es parte del discurso habitual vendido por Rusia, pero que sería todavía más interesante de extenderse el análisis a las compañías estatales, desde Arabia Saudita a la propia Rusia.
Finalizamos con la ayuda militar, pues el Reino Unido está trabajando en desarrollar drones susceptibles de actuar en enjambre, para entregárselos a Ucrania, según ha publicado Bloomberg. En este sentido, según el almirante Rob Bauer, presidente del Comité Militar de la OTAN, el uso de drones por parte de Ucrania «en combinación con inteligencia artificial» podría ser «más exitoso que el fuego de artillería ruso».